Al despegar

Todo empezó al despegar el avión. Apenas se habían separado las ruedas del pavimento cuando los recuerdos comenzaron a caer. Al principio nadie lo notó, algunos pasajeros conversaban, reían, se quejaban, alzaban la voz para referirse a su situación; no era para menos, muchos escapaban de la pobreza o de la idea de ella; otros oraban, murmuraban palabras como mantras de absolución, y yo, yo segregaba un recuerdo y luego el otro. Cada recuerdo era expelido de mi cuerpo como si fuese la cosa más natural de este mundo ¿hormonas? me preguntaba, no había explicación, los recuerdos se rehusaban a venir conmigo, me dejaban y yo los dejaba a ellos. ¿Que cómo salían de mi? Eso era lo que menos me preocupaba, supongo que no les importaba la caída, y aunque no había parapente que los sostuviera ni malla de contención al fondo, se desprendían de mi como si nada. En cambio, me aterraba más imaginar a dónde iría a parar el próximo, ¡pero qué coño le va a pasar a un recuerdo! Me repetía una y otra vez. A ratos me sentía culpable y contagiada del rezo colectivo comenzaba a orar para que nadie los encontrase, para que al caer, ese recuerdo o aquél que allá iba, quedase tan libre como yo que me iba. Era más sensato imaginar que una vez abajo, el recuerdo se posaría con cuidado sobre la estatua del Libertador en el Pico Bolívar. Yo nunca llegué allí, mi cuerpo joven era tan denso que apenas subía una colina y ya me faltaba el aire pero para el recuerdo tal hazaña no sería difícil y es que cuál es el peso de un recuerdo, algunos pensarán que hay recuerdos más ligeros que otros, yo creo que son igualitos en densidad, igual de nebulosos, ”vaporudos” diría Malu. En definitiva, no quería ni imaginar que alguno fuese robado por haberse quedado quieto en la avenida Las Américas, o por haberse montado en una buseta, eso es lo que casi siempre pasa ¿no? y es que un recuerdo que navega solo por la ciudad, es siempre vulnerable…
De seguro, un recuerdo tendría mejor suerte que una mujer sola caminando por las calles al pasar la media noche, pero esta vida está llena de suposiciones, especulaciones, miedo.  El miedo, lo llevo inserto en el ADN, supongo es el resultado de esas historias  tantas historias imaginadas por mamá.
Una mujer viajando sola en Venezuela jamás tendría la misma suerte que un recuerdo que se inmersa en la llanura; entre el ganado, los apamates y los araguaneyes; el recuerdo podría ser tan plástico como para convertirse en animal, tal vez en pez y nadar, nadar libre hasta el final.

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